
El único que incumplió las reglas que durante generaciones se habían respetado con escrupuloso deber, fue el tío Genaro, que aunque lo había hecho unos meses antes, no por eso lo disculpaban. Y es que el Otoño le producía tal fascinación que al final terminó con él y de paso con todos ellos.
Las castañas, esas asaditas de los puestos que se iban colocando en cada rincón de la ciudad le traían como loco.- Cuándo empezarán a asar, les preguntaba mientras colocaban aún los toldos y el tinglado de olla con agujeros.-Para dentro de una hora más o menos... Y él se colocaba allí sin dejarlos respirar.
Un día se levantó como a eso de las nueve de la mañana y se fue directamente hacia el puesto de su barrio; esperó hasta las once hasta que le sirvieron el primer cartucho de castañas. Siete castañas por un euro. Miró lo que llevaba y vio que tenía lo suficiente como para no despegarse de aquel lugar hasta el día siguiente.
No acababa de comer uno cuando ya pedía otro y otro.... Tanto, que no daba a basto al hombre del puesto a reponer una nueva remesa y servir al resto de los clientes que ya hacían cola desesperados.
Al décimo segundo cartucho-eso es lo que vino en las noticias de periódico local al día siguiente- al tío Genaro se le empezó a hinchar los mofletes y después hasta el alma, cayendo fulminado al suelo. El forense dictaminó que la muerte se había producido por una ingesta excesiva de hidratos de carbono complejos y que quedaba fuera la posibilidad de que se tratara de un suicidio.
La familia Bustamante jamás se lo perdonó. ¡Tan cerca de las fechas! decían unos ¡Que poca consideracion! decían otros, y sentados alrededor de aquella mesa en esas Navidades ya no les supo igual la sopa de almejas que la tía abuela preparaba como nadie. Ahora era el sabor a castañas asadas la que lo sustituía y el cava brotaba a gotitas de cada uno de los ojos de la familia, hasta llenar copas y copas que explotarían desde entonces en una especie de melancolía otoñal.

Este es un cuentecito para mi tía Ana, "a la que tanto quería", como diría Miguel Hernández.
La foto fue tomada las Navidades pasadas. Ella ya me lo advirtió: Esta sera la última y yo la creí. Estaba ya tan delgadita que hoy la inflé a castañas por si acaso me lee, esté donde esté y ríe un poquito con mis tonterias.