sábado, 4 de abril de 2009

Llueven mangos

De noche, me acurruco en la cornucopia
de tu oído izquierdo, resguardada del viento
Silvia Plath






Los mangos cayendo de los árboles....



Si estuviera allí, los recogería en mi mochila. No se si contigo o a solas, vestida como Marni la ladrona, vestida de yucateca con una flor en el pelo, tal vez sin vestir, con la piel colgando, el alma colgando, viendo pasar de vez en cuando un triciclo de una paz alegórica, que no se halla descrita en ningún libro. El sabor, el salado, el sabor, el sudor salado. La aplastante humedad, el silencio adornado con la fiereza de serpientes siseantes, calaveras, el sol, la muerte putativa, el rencor, y de nuevo la paz.

Edificios rosados, coloniales, La Quientos, las picaduras de insectos al llegar la tarde, tras la lluvia puntual de las seis. La lluvia, mojando hasta calar el alma, el mar, mojándote hasta calar el alma. Los hombres bravíos, los indígenas resentidos, el pedir, pedir siempre al otro, al foráneo, que no se sabe, no entiende de patrias y todo eso y más y mucho más, como el amarillo de Izamal, como las calles regadas sin manos, los pájaros negros, chillones, selváticos, del Parque Central, las librerías restringidas, las guitarras, las niñas vendedoras de pulseritas de hilos, que se creen reinas y lo son pero las mata el orgullo. Y eso y más y los helados de mango y llueven mangos y el cielo y la tierra se invaden de un color dorado.



Tú, un cuento sin fin, a donde voy a leer páginas cada vez que temo perder la cordura.