domingo, 17 de mayo de 2009

De interés general


Déjame que sea yo quien te quite la ropa.





Según una entrevista-del año 1957- recogida en Outside, donde Marguerite pide a un director literario de una importante editorial francesa, que nos ilumine un poco sobre este universo, el editor que se guarda en el anonimato, le responde: “Para empezar puede hablarse de una literatura en bruto. Ocupa el tercio de los manuscritos. Muchos jubilados, en esta categoría, jubilados en carreras llevados a cabo en las colonias, precisamente, luego oficiales, funcionarios. Su defecto común es pensar: que novela es mi vida


No han cambiado demasiado las cosas desde entonces. Hoy: abogados, maestros, periodistas, amas de casa, divorciados (ociosos, ajetreados) tras una pantalla; describen su universo. En la mayoría de los casos-los mejores- sigue siendo de interés no general, acaso uno acotado, donde otros de la misma especie van y se congratulan.
Dicen ser no ellos mismos. Inventan personajes, escenas de una vida, posiblemente tomada de lo cotidiano, otras muchas producto de una imaginación, que sigue siendo de lo propio captado desde lo ajeno. No pueden engañar, no cuando es su mirada la que se transcribe (y ahí) en ese punto de inflexión, donde tal vez sean.

Ya se; hablo demasiado de escritura y es que desde que no beso, leo. Leo con la avidez de los no besados.
Hace semanas-demasiado tiempo- por los campos de Extremadura hacia Patraix, en una explanada, observé una amalgama de margaritas y amapolas, aisladas del resto. Anoté en mi cuaderno de viaje un pequeño diálogo de interés no general, desde la memoria, transcrito en el pretencioso estilo literario del siglo pasado.

- Querido ¡Margaritas y amapolas! Hace tanto… ¿No es extraordinario?
-Por supuesto, Srta. Seyring. Pena que pasaron de moda.

En este caso ambos interlocutores son el mismo: el que interroga y se asombra. Somos demasiados en uno, tantos, que alguien con la minima consciencia de que lo es, no se vería obligado a recurrir a “ese inventar” para escribir su gran novela.
De nuevo lo cuestiono todo, pero voy a más, siempre a más, es así como me descubro .




A ella, a Marguerite, al evocarla, siempre la sitúo en un salón. Escribe sobre una mesita ubicada bajo la ventana que da al jardín. Huele a un cocido que ha dejado al fuego. Atrás se sitúa un piano. La escena es plácida. Yo le empujo para que vaya hacia él y toque algo para mí. Ella se niega. Dice que el nombre del piano es Indochina.