
¿Veis aquel tipo grandullón en la cama, durmiendo a pierna suelta? Se trata de mi amo, aunque ya no lo es, desde que no pude más y decidí mi autoliberación.
La historia realmente es corta, aunque a mi no me lo pareció.
Todo comenzó con un delicioso plato de coliflor rebozada, fue ahí donde se me engendró, porque los pedos al igual que los humanos tenemos un principio y una cierta impronta de eternidad. De hecho no morimos, y una vez salidos del cuerpo, nos vamos disparados hacia el cielo.
No quiero aburriros con temas espirituales a los cuales soy muy sensible, e iré al meollo de la cuestión.
Mi amo se había encaprichado con una chica de la muy noble Burgos, con la que mantuvo cierta relación por Internet durante dos maravillosos meses: se enviaban correos, chateaban, se hablaban, mirándose como tortolitos por la cámara Web, a través de la cual, incluso alguna que otra vez, hacían cochinadas. El ardía en deseos de conocerla y un fin de semana tomó un tren y se presentó de improviso.
La chica no lo decepcionó, pues como añadidura a su mirada intensa y dulce voz, poseía un cuerpo de vicio, sin contar sus otros talentos.
Aquella fue mi primera oportunidad de escape, pero mi amo no se si por timidez o cierto orgullo, no dejó que saliese.
Pasaron dos días con sus cuarenta y ocho horas en las que me mantuvo retenido, por lo que me vengué haciéndole pasar por sudores fríos, como señal de que me liberaba o le haría la vida imposible. Hasta que la última noche- siempre la recordaré- mi amo la pasó haciendo gimnasia rítmica mientras la chica gritaba como una loca. Aquello ya era insoportable, así que me dije: Ahora o nunca, y tras un aparatoso estruendo hice acto de presencia y me volaticé envuelto en aromáticos efluvios.
Tras lo ocurrido, el volvió a su pisito de soltero. De la chica nunca se supo y que decir de mi, soy un pedo, si, pero un pedo feliz.